martes, 22 de abril de 2014

STANISLAW LEM - Diario de las estrellas. Memorias (1971)

Leer a Stanislaw Lem deja una sensación extraña: apetece seguir leyendo, buscar libros que traten del hombre y de su esencia de una forma distinta, pero aleja de otro tipo de ciencia-ficción, de aquella que cuenta trivialidades pero en un contexto futurista. Y lo digo sinceramente: tras leer las Memorias de Ijon Tichy siento cierto hastío hacía esas novelas sobre luchas espaciales y similares estereotipos, o fantasías heroicas de magos, orcos y demás personajes copiados del universo tolkeniano. En la selección de lecturas obedezco a mis prontos, a la voz interior que me decide por un libro no planeado pero que me apetece en ese momento. La elección de una novela la veo como entrar hambriento en una enorme y repleta despensa, en la que se puede degustar cualquier cosa. Absoluta libertad del instinto. A veces me equivoco, claro, y tomo un petardo, pero ese es el precio y estoy dispuesto a pagarlo.

domingo, 6 de abril de 2014

RAY BRADBURY - La feria de las tinieblas, 2002 (1962)

El último año de mi vida estoy escuchando con frecuencia que nada sucede por casualidad, sino por sincronicidad; es decir, y según Carl Gustav Jung, que dos acontecimientos coinciden por su contenido, en una especie de azar creativo. Complicado, ¿verdad? Al final acaba siendo una cuestión de fe. El asunto es que decidí leer La feria de las tinieblas (1962) de Ray Bradbury por dos razones: lo bien que escribe, y que había me había hecho el propósito de transitar las sendas literarias del misterio y el terror. Y es aquí donde tiene cabida la sincronicidad. Veamos.

Bradbury narra el cambio en la personalidad de un hombre maduro. Sí, ya sé que las reseñas repetitivas hablan de La feria de las tinieblas como el proceso de maduración de dos niños de trece años. Pero eso sería demasiado fácil. Bradbury usa el contraste entre el deseo de los críos por tener veinte años –edad que se figuran mágica-, con la madurez del padre de uno de ellos, capaz de asimilar el paso natural del tiempo como una bendición, no como una crueldad de la naturaleza. Este hombre pasa de ser un silencioso y neutro bibliotecario, a un hombre que toma las riendas de su vida con decisión, que se descubre como una persona que se sobrepone a las dificultades, que encara la vida, donde los “y si hubiera…” que a todos se pasan por la cabeza no son tan importantes, porque supone despreciar lo que hemos hecho y lo que tenemos.

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