sábado, 23 de agosto de 2014

ARTHUR C. CLARKE - 2001. Una odisea del espacio (1968)

La habitación de mi tío Santi era mágica. Estaba decorada en plan moderno. Moqueta azul oscuro, focos de colores, un equipo de música que entonces parecía impresionante, una colección infinita de discos, y libros llenos de misterios. Recuerdo uno en especial que relataba la vida del Curupira, un monstruo selvático que meaba ácido a treinta metros, y que tenía los pies al revés para confundir a sus víctimas. También estaba “Canción de navidad”, de Dickens, los misterios de Alfred Hitchcock, libros de viajes, y tantos otros que hojeaba en aquellas largas tardes de mi niñez. Arriba, en un estante sobre la cama, descansaban sus casetes. Los había originales, claro, pero otros que confeccionaba él, y cuya portada ilustraba magníficamente porque siempre fue un gran pintor y dibujante. Entre ellos estaba “Así habló Zarathustra”. “¿Y esto, tío?”. “Es la música de la película 2001. Una odisea del espacio”. Yo era un niño y prefería La guerra de las galaxias, o Alien, el octavo pasajero, y a John Williams antes que a los Strauss.

No recuerdo la primera vez que vi la película, pero sí que me dejó frío. Yo estaba en otra cosa; en espadas láser, naves interestelares, razas espaciales,…qué sé yo. Y el que diga que prefería la cinta de Kubrick y Clarke a toda esa space opera es que no fue niño, o es un mentiroso.


La novela de Arthur C. Clarke es posterior a la película, lo que viene a ser una excepción a la regla. Esto permitió al autor británico profundizar y cambiar algunas cosas. Es conocido, creo, que todo procede de un relato titulado El centinela, que narra el encuentro en la Luna de una pirámide, y que refleja la obsesión constante de Clark en su obra, que básicamente es: qué pequeños somos. La filosofía clarkiana (perdón por el vocablo absurdo) es que la idea que el Hombre tiene de sí mismo se debe a su cortedad de miras y escaso conocimiento del Universo. Lo que en este planeta nos hace superiores; esto es, la inteligencia y el deseo de progreso, no son nada en un Cosmos donde existen razas infinitamente inteligentes en comparación con la pequeñez humana.

La cuestión que plantea 2001. Una odisea espacial es el viaje de la Humanidad –como Ulises- para encontrarse a sí misma. En ese periplo descubre su comienzo, desarrollo y final, el origen y el sentido de su existencia. Por eso la novela comienza con el encuentro de una piedra cuadrangular, un monolito, por parte de un grupo de monos humanoides. Mientras que en la película, Kubrick refleja la violencia como conocimiento adquirido y diferencial; Clarke relata los sucesivos contactos de los antropoides con el objeto, lo que les proporciona saber tecnológico y deseo de progreso. Es eso justamente lo que provoca la evolución. De esta manera, Clarke utiliza el tópico del evolucionismo inducido por algo extraterrestre –de hecho, tampoco Dios o los dioses son de este planeta-.

La segunda parte es la del encuentro de otro objeto en la Luna. Clarke nos describe un mundo dirigido por las superpotencias, tal y como era entonces (y hoy). Sin embargo, este objeto es una alarma y un indicador, no tanto sónico, como en la película, sino luminoso. La evolución impuesta por los extraterrestres predecía la llegada al satélite y, por tanto, que tarde o temprano el hombre lo encontraría. La pieza, llamada TMA 1, fue enterrada hace 3 millones de años a siete metros de profundidad, justamente cuando apareció vida inteligente en la Tierra. La luz reflejada en el monolito indicaba el camino.

Y aquí comienza la parte más larga del libro, y de la película. Las potencias ponen en marcha la expedición “Proyecto Júpiter” en la Discovery. Tan solo saben el verdadero sentido de la misión los tres astronautas hibernados –estarían así cinco años- y Hal 9000 (sigla de computador ALgorítmico Heurísticamente programado, ya). El verdadero objetivo es Saturno, lugar de donde procede el brillo el reflejo de la TMA 1. La deriva asesina de HAL –no creo desvelar a nadie el argumento- procede de su instinto de supervivencia, ya que al producirse un fallo, Poole y Bowman, los astronautas despiertos, dicen que lo piensan desconectar.

En ese viaje, con Bowman como único superviviente, encuentran flotando el siguiente monolito, en el satélite Japeto. Aquí Clarke nos cuenta dos cosas. La primera es que los monolitos fueron creados por una raza de científicos que decidieron experimentar con las especies que encontraron en la Tierra, al igual que habían hecho en otros planetas, pero no sabían cómo iban a evolucionar. Esto me ha recordado a los ingenieros de Prometheus y al tema de Cita con Rama. Es previsible que esos científicos hicieran lo mismo en otros mundos.  Lo segundo que nos cuenta Clarke es que el monolito que encuentra es una “Puerta de las Estrellas” que lo lleva a otro sistema solar y otros planetas, donde viaja, no como en la película, y ve cementerios de naves estelares –un “aeropuerto espacial”-, soles y otros paisajes.

El episodio del hotel es claro: la inteligencia extraterrestre intenta crear un entorno conocido para el humano, y toma las imágenes que les llegan a ellos desde el planeta Tierra. Es un decorado para que muera en paz. Pero la muerte no es el fin. Bowman se convierte en un objeto que vuelve a casa a tiempo para ver la destrucción del planeta por las bombas atómicas disparadas por las potencias. Bowman convertido en monolito, esperará a que surja de nuevo vida y experimentara con ella para provocar la evolución, como hace tres millones de años.

La novela es fascinante. Está muy bien construida, con un buen ritmo y plagada de ideas. En este caso, da igual leerla antes o después de ver la película. Quizá sea interesante ver el filme otra vez después de leer el libro

2 comentarios:

  1. Leí esta novela muy joven, entre los 17 y los 18 años. Me gustó bastante la verdad, así como otras maravillosas de su autor. Me encantaría tener las 4 novelas de esta saga para disfrutarlas de corrido, pues además creo ya es hora de que vuelva a leer el primer libro ahora que soy menos ignorante en lo que a la ciencia ficción concierne. Como siempre es un gusto leerte.

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    1. Gracias, Elwin. Léela de nuevo porque merece la pena. No diría tanto de las continuaciones. Un placer, como siempre. Saludetes

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